Hacía no más de 20 minutos que habíamos llegado al sitio más espectacular en el que habíamos estado con la furgo hasta entonces, con la idea de pasar allí el día y la noche tranquilos, solos, sin nada ni nadie más que nosotros, la furgo y el bosque. Cuando llegó una furgoneta justo donde estábamos con 5 hombres dentro. Pararon al lado y nos saludaron. Youssef, el conductor, bajó la ventanilla y empezó a hablar con nosotros. La conversación empezó como empiezan la mayoría de conversaciones en Marruecos:
 
“Hola, ¿que tal? ¿Españoles? Bienvenidos”
 
Se habían escapado con unos amigos a pasar el domingo en el bosque. Fueron muy amables, nos preguntaron que qué hacíamos y a dónde íbamos y nos pidieron boli y papel para dibujarnos un mapa de sitios cerca de dónde estábamos que no nos podíamos perder. Poco a poco los otros chicos fueron bajando de la furgoneta y sacando la cabeza por la nuestra, se hicieron fotos en la furgoneta y estuvimos hablando sobre viajes y distintos sitios que teníamos que ver si nos gustaba la naturaleza. 
 
Al cabo de un rato nos invitaron a dejar la furgo allí y ir con ellos a comprar pescado para cocinarlo allí en el bosque todos juntos. Nos parecían muy buena gente, aunque la idea de dejar la furgo en medio de la nada, sin vigilancia para irnos con un grupo de hombres a los que acabábamos de conocer no nos convenció mucho. Estábamos en medio del bosque y no nos hacia nada de gracia dejar nuestra furgoneta allí. Youssef nos dijo que no pasaba nada, que uno de ellos se quedaría allí para vigilar la furgo. Obviamente, tampoco nos hacia nada de gracia dejar nuestra furgo en medio del bosque con un chico que habíamos conocido hacia 20 minutos.
 
“Laia no se por que pero me fío de ellos, vamos..” 
 
“-Seguro..?”
 
Muy amablemente Othman, uno de los chicos, que resulta que es el campeón de boxeo en Marruecos, se quedó vigilando nuestra furgoneta mientras íbamos a por el pescado. Nos supo muy mal por él, aunque accedimos porque nos dijeron que en media hora habríamos ido y vuelto con el pescado. Aún no teníamos interiorizado que el tiempo en Marruecos es muy relativo, media hora resulta que se convierten en dos buenas horas. 
 
Nos subimos a la furgo con ellos, por primera vez, experimentamos en primera persona lo que era la conducción marroquí. Si has subido alguna vez en una montaña rusa ya sabes lo que se siente. Llegamos a una piscifactoría de Azrou que por lo que se ve es muy exclusiva y para nada un sitio turístico. Nos enseñaron los peces, nos compraron para probar huevos y trucha ahumada. 
Todo estaba delicioso. Nos contaron que les encantaba la montaña y hacer acampadas por el bosque, uno de ellos estudiaba dirección de empresas, otro derecho y otro trabajaba en una tienda de maderas. Youssef viajaba a Marruecos cada 15 días porque tiene tierras en dónde cultivan distintas frutas. Nos lo estábamos pasando genial, aunque estaba pasando un poco más de tiempo del que teníamos pensado estar, y nos estábamos impacientando. Más que nada porque nos sabía muy mal estar allí todos y que el pobre Othman nos estuviera vigilando la furgo solo en el medio del bosque. Después de comprar el pescado nos llevaron a comprar pan, aceitunas y unas cuantas especias y limón para acompañar en un mercado local. Youssef se negó a que pagáramos nada por más que lo intentáramos. Al final llegamos otra vez donde habíamos dejado la furgo, nosotros dos con un poco de remordimientos por el pobre Othman, que nos había guardado la furgoneta para que estuviéramos tranquilos. Estaba tumbado en la hamaca que le habíamos dejado y bien tapado con una manta. Al llegar vimos que nos había dejado un mensaje de bienvenida!

Empezamos a cocinar el pescado junto al fuego, hablando entre todos como podíamos, ya que no todos hablaban español. Lo pasamos genial y comimos estupendamente. Hablamos de música, de rutas de montaña y de muchísimas cosas más. Por suerte Othman no nos guardaba rencor por lo de la furgo (amigo, si lees esto muchísimas gracias!)

Pensábamos que el día no podía mejorar. Después de un comienzo un poco nefasto por lo que hace a la hospitalidad marroquí, parecía que los astros se habían alineado para que disfrutáramos de un día estupendo. Justo esa misma noche, Youssef estaba invitado a una boda Bereber y nos invitó a ir con él. ¡Obviamente aceptamos encantados! Para nada nos esperábamos poder ir a ver una auténtica boda Bereber. Nos despedimos para encontrarnos más tarde en Ifren y ir con él a la boda. Aprovechamos el tiempo en el pueblo para hacer un poco de trabajo en un café dónde había música en directo y hacia las nueve de la noche nos recogió Youssef junto con Othman, el que estudiaba dirección de empresas, y nos fuimos a la boda. Aunque antes de salir del pueblo paramos a tomar un caldo muy bueno que tenía un gusto extremadamente familiar, un rato más tarde entendimos que era de caracoles. Somos de Lleida, así que nos hizo muchísima gracia haber probado un caldo de caracoles en Marruecos.
Menudo viaje para llegar, había muchísima niebla y fuimos por caminos muy apartados y por medio del campo. Hacía muchísimo frío pero creednos, valió muchísimo la pena. Lo primero que vimos al bajar fue una gran jaima, gente cantando y bailando. Nos sentimos muy emocionados, y agradecidos de poder ver y vivir una experiencia tan especial como esa. Nos sentamos en la jaima y nos sentimos muy bien acogidos, aunque sin quererlo éramos el centro de atención, ya que los niños pequeños no nos quitaban los ojos de encima. 
“Venga, ¡vamos a bailar!” Youssef se levantó de la jaima dirección a la multitud que estaba bailando, nosotros nos miramos con cara de circunstancias.
“Estamos bien aquí…”
“No, no. Venga vamos”
Aitor y Othman se unieron a ellos mientras yo estuve más rápida y cogí la cámara, así, con la excusa de que hacer fotos no tuve que bailar. Se pusieron justo en medio de la fila. Había un maestro de ceremonia, que marcaba el baile y la música. Como podían, intentaban imitar los movimientos que hacían los demás. Al rato de estar bailando, el señor bereber que tenían al lado le pasó a Aitor una pandereta, para que siguiera tocando. Después de la gran actuación, volvimos a sentarnos a la jaima y seguimos contemplando el espectáculo.

Al poco rato, un amigo de Youssef, familiar del hombre que se casaba, nos pregunto si queríamos comer, y como ya era un poco tarde y teníamos hambre le dijimos que sí y nos llevaron dentro de la casa. Eramos los únicos de la fiesta, excepto los familiares más cercanos al novio, los que estábamos allí. Nos llevaron al comedor y nos ofrecieron te a la menta, uno de los mejores que hemos bebido. Al poco rato nos trajeron el primer plato, un tajín con verduras, patatas y toro. El plato estaba exquisito, y nos sentíamos muy afortunados de estar allí. De segundo plato nos trajeron cous-cous seco con azúcar glasé. Fue una forma muy distinta de comer cous-cous y la verdad es que estaba muy bueno, pero después de unas cuantas cucharadas se hacia un poco empalagoso. Después de la magnifica comida, estuvimos un rato mas con la familia del novio hablando de las diferencias entre las costumbres Bererebs y las Árabes, del islam y de muchísimas más cosas, disfrutamos de la música, aprendimos y fuimos parte de otra cultura. 

Era ya bastante tarde y estábamos todos muy cansados, así que decidimos que ya era hora de irnos. La familia bereber nos ofreció quedarnos a dormir allí, pero aunque nos hubiese encantado, tuvimos que volver a la furgo porqué no íbamos preparados. 

 

Llegamos hasta la furgo y luego nos fuimos todos hacia el sitio en el bosque donde nos habíamos conocido, al que ellos nombran “Plato” y nos fuimos a dormir, cada uno en su furgo. Quedamos en levantarnos sobre las 8, pero nosotros nos quedamos un poco dormidos, y cuando nos levantamos ya se habían ido. 
Esto sí que es lo que nos moríamos de ganas de experimentar. Nos sentimos muy afortunados y agradecidos a nuestros nuevos amigos y la familia Bereber que nos acogieron como invitados y nos trataron como uno más de la familia. Nos regalaron un día increíble que con mucha dificultad vamos a olvidar nunca, muchas gracias amigos.

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