Después de cargar pilas en el camping de Tánger. queríamos salir pronto, así que metimos la ropa que habíamos lavado y aún estaba mojada dentro de la furgo y empezamos a conducir hacia el Sur.



Vimos y disfrutamos la perla azul la mañana siguiente. Nos perdimos con más tranquilidad por sus callejuelas y descubrimos rincones preciosos que no habíamos visto entre tanta gente el día interior.




Llegamos a una curtiduría pequeña y decidimos entrar, nos guió un hombre que no hablaba español, ni inglés, y curiosamente muy poco francés, pero nos entendimos bien. Es un sitio que no deja indiferente a nadie, nadie que tenga estómago o sentido del olfato. Nada más acercarte recibes un fuerte puñetazo en la cara a olor a muerto y a podrido, si se puede definir así. Montañas de pieles y trozos de animal por el suelo encharcado lleno de moscas. No estábamos preparados para un olor así, intentamos mantener la compostura, el muchacho nos enseñó todo en detalle. Fue difícil no vomitar mientras le sonreíamos y intentábamos entender lo que nos estaba contando. Nos enteramos después que se suele llevar hojas de menta para oler mientras estás allí. Fuimos a pelo y va a ser difícil olvidarlo.




Con el estómago demasiado revuelto y ya un bullicio más intenso de gente, decidimos dejarlo allí y volver al camping, a por un chapuzón en la piscina, lavar platos y ropa, trabajar un poco y prepararnos para salir temprano hacia Ifren. Intentaremos decir adiós a los campings siempre que nos sintamos seguros en el sitio, por supuesto.
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